Las conexiones invisibles de la creatividad.
Hay una charla de John Cleese sobre creatividad que me encanta (y que les comparto más abajo). No porque venga de Monty Python (que ya es garantía de ingenio), sino porque logra explicar con humor algo que normalmente se convierte en charla de consultor. Cleese cita a Donald MacKinnon, un psicólogo que en los años 60 estudió a arquitectos y científicos para ver qué los hacía más creativos. La conclusión fue muy interesante, aunque no fue una sorpresa para mi: no eran más inteligentes que los demás. Lo que destacaba era algo distinto.
MacKinnon descubrió que los creativos eran capaces de vivir más tiempo en la incomodidad de no tener respuestas claras. No corrían a tapar el hueco con la primera idea que se les ocurriera, sino que se daban permiso de jugar, de aguantar el silencio, de no resolver de inmediato. Aunque suene un poco desesperante para quienes tenemos esa facultad, esa paciencia con la ambigüedad nos abre la puerta a conexiones nuevas y soluciones inesperadas.
Cleese lo explica diciendo que existen dos modos de operar: el modo cerrado, que es útil para ejecutar, resolver rápido y tachar pendientes; y el modo abierto, que es donde aparece la creatividad. El problema es que la mayoría vivimos atrapados en el modo cerrado, saltando de deadline en deadline, sin darnos un espacio real para explorar (y no por gusto, sino porque así es la dinámica del día a día). Y claro, cuando llega el momento de innovar, solo tenemos a mano lo obvio.
Lo brillante de la postura de Cleese es que te da permiso de jugar en serio. Te dice que para ser creativo no tienes que sufrir, sino crear un espacio donde el humor, la curiosidad y el error no solo son permitidos, sino necesarios. La creatividad, entonces, no es un chispazo mágico: es la capacidad de aguantar un poco más en la confusión, y tener la valentía de no cerrar la puerta demasiado pronto.
Así que la próxima vez que tengas una idea, no la cierres de inmediato: dale 10 minutos extra antes de decidir si sirve o no. Juega con ella, hazle preguntas tontas, dale la vuelta. Esa pausa es el espacio donde puede aparecer lo realmente creativo (y es uno de los consejos que les doy en mi libro, REMIX).