Hay noticias que parecen marcar un antes y un después. La reciente compra de LoveFrom, la agencia creativa de Jony Ive, por 6.500 millones de dólares, justo después de anunciar su colaboración con OpenAI, es una de esas noticias que uno lee con las cejas levantadas. No solo por el número, que impresiona, sino por lo que implica: estamos entrando en una nueva era donde la creatividad, más que nunca, es un recurso estratégico. No un “nice to have”, sino el motor que transforma.
Vivimos en una época donde muchos ven algo bien hecho y se apuran a decir: “Ah, eso lo hizo una AI”. Como si eso lo explicara todo. Como si usar herramientas nuevas hiciera el trabajo menos valioso. Pero la verdad es más simple y más profunda: el resultado, como con cualquier herramienta, depende de quién la use, y de todo lo que esa persona ha vivido, leído, sentido, conectado. El buen trabajo no se hace con prompts. Se hace con criterio.
Hace unos años visité una exposición de Frog Design en el Museo de Arte Moderno de San Francisco. Recuerdo caminar por las salas y sentir que estaba cerrando un círculo. Ver esas piezas que mezclaban tecnología, diseño e intuición me recordó por qué empecé en esto. No era solo por hacer campañas. Era por contar historias que movieran a la gente. Que cambiaran una percepción. Que conectaran ideas como si fueran puntos sueltos en una hoja cuadriculada.
Eso sigue siendo válido hoy. De hecho, es más necesario que nunca. En marketing, en publicidad, en estrategia, en diseño, en la forma en que creamos productos, comunidades o contenido. La creatividad no es un don mágico ni una iluminación divina. Es una práctica. Una forma de ver el mundo. Y sí, también una forma de sobrevivir. Porque cuando todo se puede automatizar, lo único que te diferencia es lo que nadie más puede replicar: tu punto de vista.
Así que usen la AI. Jueguen con nuevas herramientas. Pero no se olviden de lo que han vivido. Lean cosas distintas. Escuchen música que los incomode. Hablen con gente que no piense como ustedes. Aprendan de las ideas que vinieron antes. Porque toda buena idea nueva, en el fondo, es una mezcla inesperada de cosas que ya estaban ahí. La creatividad, al final, no es una chispa. Es una forma de conectar.